23 de febrero de 2011

CASUERIES CONTI


Madrugar. “Todas las mañanas me despierta la sirena del la Italo”. En este comienzo que traduce cierta cadencia a la vez que reminiscencias fabriles, se apoya “Como un León”, el cuento que Haroldo Conti publica en “Con otra Gente” en 1967. Se trata de un día en la vida de un niño, Lito. Un día plagado de reflejos que rememoran ausencias, vagabundeos, y márgenes.
El sonido atraviesa la Villa envuelta en las sombras, rebota en los galpones del ferrocarril y por fin se pierde en la oscuridad”. Así se nos presenta el escenario, la Villa, oscura, sombría, y en los intersticios del ferrocarril. O como dice más adelante “Los trenes zumban a un lado con toda esa gente borrosa pegada a las ventanillas, los coches y los barcos corren y resoplan del otro, los aviones del aeropuerto barrenan el cielo con sus motores a pleno (...) y en medio del polvo y la miseria un árbol se yergue solitario”. 
 Márgenes. La villa se yergue en medio de todo. Esta imagen se repite a lo largo de todo el cuento y parece un postulado en Conti. No es el “Vivir Afuera” de los 90 de Fogwill. Se trata de un margen que está dentro y no está. Un margen que es un espacio en sí mismo. Como la playa, frontera entre el mar y la tierra, pero que constituye ella misma un “lugar”. Un territorio de sentido, un espacio que habitar.
La prosa de Conti encanta esos espacios, dota de voz esos márgenes y sus marginalidades. Una voz natural. Realista, quizás. Piadosa, también. Redentora.

Metáfora. Y estos medios, estos espacios de frontera, son siempre construcciones indomables. De ahí la persistencia de la metáfora, del como sí. “Como si estuviera en una balsa”, se piensa Lito en la cama, “abandonado hace tiempo en medio del mar”, “como si estuviera a un lado del camino, no en el camino mismo”, “como si estuviera muerto o a punto de nacer”.
La vida en los márgenes es plenamente vital, pues la posibilidad de la metáfora como herramienta para pensarla es a la vez posibilidad de sentidos. La capacidad de poder ver y pensar distinto. Y esa es la cabeza de Lito, pues es como si desde los márgenes, “viera mejor las cosas”.
Y ese ver mejor las cosas, es también asaltarlas “como un león”.

Ausencias. Lito se levanta y allí comienza el relato. En esos primeros párrafos Conti deja en claro hacia donde vamos. Como en una pintura de Berni, o en la Villa Miseria de Bernardo Verbitsky, veremos un retrato en primera persona de los márgenes de la ciudad. A partir de aquí el relato se desencadena, como un variopinto de situaciones que Lito va recordando en ese camino de la casa a la escuela, y de vuelta. Trayecto que es principalmente un encuentro con ausentes. Así, la primera presencia ausente es la del hermano, figura clave, León.
“Hace un par de meses que lo mataron. El botón vino y dijo con esa cara de hijo de puta que ponen en todos los casos, que había tenido un accidente. El accidente fue que lo molieron a palos. Fuimos en el patrullero mi madre y yo hasta la 46 y allí estaba mi hermano tendido sobre una mesa con una sábana que lo cubría de la cabeza a los pies. El botón levantó la sábana y vimos su cara, nada más que su cara, debajo de una lámpara cubierta con una hoja de diario. No solté una lágrima para no darles el gusto y además no se parecía a mi hermano. En realidad, no creo que haya muerto. Mi hermano estaba tan lleno de vida que no creo que un par de botones hayan podido terminar con él. No me sorprendería que aparezca un día de estos y de cualquier forma, aunque no aparezca nunca más, lo cual no me sorprendería tampoco, para mí sigue tan vivo como siempre. Acaso más. Cuando digo que pienso en él en realidad quiero decir que lo siento y hasta lo veo y las más de las veces no es otro que mi hermano el que me dice eso de que me levante y camine como un león. Desde las sombras. Las palabras suenan dentro de mi cabeza pero es mi hermano el que las dice”.
Otro tipo de ausencia es la del padre, “también él está muerto”. Pero su fantasma no le habla, excepto cuando se sientan juntos al costado de las vías. El fantasma del padre es su entendimiento. “Mi padre fue un vago, no cabe duda, pero sabía tomar las cosas y creo que éstas andarían mucho mejor si la gente las entendiera a su manera”.
La “Capriotti” también es una ausencia, al padre le gustaba hablar de ella, como todos los ferroviarios, le apasionaba hablar de fierros viejos, La Técnica. Caballos de fuerza, toneladas, las 2000, la 100, las 1500. Locomotoras con nombres propios. Así funciona la cabeza del padre, pegada a la experiencia sensible. Pero la de Lito no, su mente vuela con las alas de los recuerdos de esa villa que se le aleja. Que se va.
Pues la misma villa es en el relato una ausencia, o al menos un distancia. Ella siempre se está yendo.
“Es así como se marchan todos. Un día u otro. De cualquier manera, por uno que se va hay otro que llega. Las villas cambian y se renuevan continuamente. Son algo más que un montón de latas. Son algo vivo, quiero decir. Como un animal”.

Soledad. Las latas, las ausencias con algo vivo, como un animal. Allí se ubica al verdadero protagonista del cuento. El león. Animal de carácter, ligado a los arquetipos de los mitos divinos. El león, además de su fuerza y su gran cabeza, se caracteriza por ser solitario; lo que Deleuze llama el "individuo excepcional". Lito es ese solitario deambulante, ese individuo cuya cabeza no deja de pensar. Pero es sobretodo ese conjunto de ausencia. Lito no es un solitario, está acompañado por todos los que se fueron.
Yo no sé qué pensará los otros, digo los miles de tipos que viven en la villa, que sudan y tiemblan, que ríen maldicen en medio de todo este polvoriento montón de latas, pero lo que es yo no lo cambio por ninguno de esos malditos gallineros que se apretujan a lo lejos y trepan hasta los cielos del otro lado de las vías. Aquí está la vida, la mía por lo menos. Esta es una tierra de hombres, con la sangre que empuja debajo de su piel. No hay lugar para los muertos.
Hay espacio en ese anecdotario para las clases. Para que ese vuelo que realiza la cabeza de Lito no sea pura poesía sino crítica política.
Hay otros tipos que caminan en la misma dirección. Salen de las calles laterales y se juntan a la fila que marcha en silencio hasta el portón de entrada. Mientras tanto los grandes tipos duermen allá lejos en su lecho de rosas. ¿Dónde oí eso? Si un día se decidieran a quedarse en la villa así suenen todas las sirenas del mundo a un mismo tiempo no sé qué sería de esos tipos. Tendrían que limpiar, acarrear, perforar, construir, destruir, armar, desarmar o tirar la manga y por fin robar con sus tiernas manitos de maricas. Pero la pobre gente no lo entiende. Todo lo que piden de la vida es un pedazo de pan, una botella de vino y que no se les cruce un botón en el camino.  

Crescesndo: Y entonces, el desenlace. Después de pintarnos ese día de ida y vuelta de la escuela, de ida y vuelta a la cuna, Conti apura el tranco con el encuentro entre Lito y su pederasta.
Estaba mirando el coche cuando el tipo pareció despertar y me sonrío tristemente, un poco más que los otros. Era un tipo viejo y refinado. Abrió la puerta y dejó que mirara dentro. Luego me preguntó si quería subir y yo, naturalmente, le dije que sí. 
El tío dio una vuelta por la costanera y al rato yo me había olvidado de él. No veía nada más que aquel paisaje en llamas que corría y saltaba hacia atrás, corría y saltaba y mi corazón saltaba y corría también. 
El tipo paró entre los árboles, frente al río, puso la radio muy bajo y después de suspirar un rato comenzó a hablar en un tono relamido sobre cosas que yo no entendí muy bien. Según parece era muy desdichado y la verdad que no tenia necesidad de decírmelo. Se había dado vuelta y me susurraba al oído toda esa desdicha, una desdicha muy particular porque a mí nunca se me hubiera ocurrido que un tipo podía ser desgraciado por todas esas tonterías. Se veía que nunca había pateado la calle con las tripas vacías, ni había tenido que saltar entre los vagones con un par de botones a remolque. El tipo me miraba a los ojos con su cara flaca y descolorida tan cerca de la mía que tenia que torcer la vista para mirarlo. Yo trataba de mostrarme cortes porque, si he de decir la verdad, el pobre coso me daba lastima. Bueno, primero me apoyo sobre la pierna una de sus manos secas y chatas como espátulas. No vi nada de particular en eso aunque no estoy acostumbrado a tales tratos. Luego, sin dejar de quejarse ni de suspirar, deslizo la mano hacia la bragueta y comenzó a frotarme delicadamente. Daba la impresión de que lo hiciera otro, en el sentido de que ni el propio tipo demostraba estar enterado de lo que hacia su mano. Yo me quede duro, lo cual es algo más que una frase porque al rato, y contra mi voluntad, tenia el pajarito firme y tirante como un resorte. Siempre hablando y suspirando el tipo me desabrocho la bragueta y el pajarito asomó la cabeza alegremente. A esa altura yo no sentía disgusto propiamente dicho, pero de repente me acorde de mi hermano. Cuando estoy confundido pienso en el porque sin o me pierdo del todo y a partir de ahí se me ordenan las ideas. Me acorde de mi hermano pues, y entonces vi aquel rostro en toda su mísera y desdichada soledad. Aparte al tipo de un empujón y salte del coche con el pajarito todavía afuera. Me volví del otro lado de la calle y le hice un corte de manga.

Colectivos. El hermano ayuda a pensar. Entre los paisajes urbanos que pinta Conti, la reflexión, el mundo interno, llano opaco, de ese niño corre vacuo. Una inmanencia entre idea y mundo que por momentos estalla en su cabeza y se eleva, dotan de luz su vida.
Pero esos estallidos no provienen del carácter fuerte del León que Lito insiste en ser. Es aquí donde nos damos cuenta que Lito no es un solitario, que Lito es también aquel héroe colectivo que Oesterheld pedía para el Eternauta. El colectivo de los ausentes que se vuelven acto a traves de ese niño, y que lo van llevando cada vez más lejos de ese margen y cada vez más cerca del camino. Para saltar, de una vez, como un león.


No hay comentarios: