12 de febrero de 2011

CASUERIES FERROVIARIAS


Este texto salió en "Vias Argentinas (Ensayos sobre el ferrocarril)", Editorial milena caserola, 2010. Con motivo de iniciarse un nuevo año de trabajo con los amigos de La Grieta y del Galpón de Encomiendas y Equipajes, quería traerlo a colación, como una manera de recordar las promesas, los misterios y la aventuras personales y colectivas que compartimos (ah, y de regalo un temita).

1. Dicen que el Galpón de 18 se llenaba de paquetes enviados por los familiares del campo a sus parientes citadinos. Unos habían dejado el pueblo y se afincaban en el capital, se habían ido a pechear otro futuro. Nuevos trabajos para nuevas necesidades. Otros imaginaban esas nuevas necesidades y, comprendiendo que toda nueva necesidad es sublimación de una vieja, llenaban esas cajas con tachos de conservas, cartas de los tíos, tomates de las quintas, el dibujo de algún sobrino, la flor sin ningún epígrafe.
Y entonces, cada semana, lentamente, hacia el mediodía, se iban amuchando los aventureros alrededor del Galpón, esperando recibir esos paquetes envueltos en papel obra, atados con hilo chanchero, cruzados por indicaciones de lugares y códigos misteriosos.
La encomienda trae a nosotros los olores, sabores e historias remotas e inesperadas. Una zozobra de expectativas colma la mesa alrededor de la cual los “destinatarios” se niegan a abrir el paquete. Es ese momento previo a su apertura el que sostiene el secreto esencial de la encomienda. En ella se oculta algo que el otro ha imaginado destinado a nosotros, algo que es ese mismo ocultamiento. Abrir una encomienda es someterse a la desilusión, porque ningún contenido equivale a la promesa del vínculo que trae en su envoltorio. La encomienda es el misterio, de lo que está en otro lado pero se presenta ante nosotros. ¿Que contendrá en su interior? Es la pregunta que le da vida, y que supera la idea de un tarro de conservas.
Entonces, la encomienda se consume en sí. Al “encomendar” no se espera nada del otro. Encomendar es un acto del habla, una cosa que se hace con palabras: “te encomiendo esta encomienda”. La acción se realiza en el pedido, en el aviso de encomendar que se realiza cuando se dice, justamente, que se encomienda. Así, su contenido se ve desplazado por la forma de la encomienda. Pero nada nos dice de su derrotero. La encomienda es un antes y un después, o mejor, la encomienda es solo ese instante previo a su apertura. Su itinerario está escrito en los ordenados escaques del correo internacional.

2. Las camisas cuidadosamente planchadas, los zapatos envueltos, los valores en el doble fondo, una novela de aventuras que nunca puede acabar de leer. El equipaje no tiene misterios, lo dice todo. Su misterio es anterior a su factura, se da en esa habitación donde el viajante va colocando ordenada y racionalmente cada uno de los objetos que cargará en su jornada posterior. Es frente a la valija vacía donde se desarrolla la indecidibilidad del equipaje que, luego, encierra a la persona toda.
El equipaje lo dice todo. Su nombre esconde una igualdad, una equivalencia. El equipaje equivale al portador, quien es solo lo que porta. Como un diario íntimo, el equipaje registra todo el futuro de su portador, lo que espera necesita, lo que cree que utilizará; y todo el pasado, lo que no puede dejar atrás. El equipaje encierra la totalidad de la vida de quien lo acarrea. Pero nada nos dice de su destino. Su paradero es su misterio.
El es derrotero, antes y después, nada. Me contaban que un amigo, luego de una trasnochada cita que acabó con la citada durmiendo en su casa, optó por agasajarla la noche siguiente y la despertó con un desayuno y la copia de la llave de su casa. Resultado, la bella durmiente corrió escaleras abajo cual cenicienta.  Y es que lo que este amigo no había comprendido es que, el que la niña dejara un cepillo de dientes en el baño, no solo no implicaba que deseaba quedarse sino todo lo contrario: Que no deseaba arraigarse allí.
Pues el cepillo de dientes es la expresión mínima del equipaje. Es todo lo que el viajante imagina cuando arma su equipo: llevar aquello que no puede ser compartido y que por lo tanto no me atará a nada ni a nadie.
Es en este sentido, el de concentrar el poder del movimiento, la aventura del errante, el drama del exiliado, que decimos que el equipaje tiene el don de la voluntad. Guarda esa voluntad en la valija como impulso para su recorrido. Es más, quizás el equipaje sea solo esa voluntad, y cuanto más “liviano” se viaja más voluntad se lleva, menos historias que nos atan a esos otros lugares.

3. La encomienda es una relación, oscura y azarosa. El equipaje es promesa de aventura. Abrir un equipaje es reencontrarse, dejar de ser el viajante para volver a ser uno mismo. Abrir una encomienda es dejar de ser uno mismo para reencontrarse con ese otro en esa reciprocidad difusa del que espera e imagina.


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