CIUDAD DE POBRES CORAZONES
2. La
primera surge por reducción de la fachada, que es a su vez el despliegue
estético del cerco. Del frontispicio a la baldosa coloreada, la línea municipal
une en la continuidad lo que separa en su metáfora de muro ausente, que no es
otra cosa que una filosofía política de la ciudad. La línea municipal es ante
todo el vestigio de una distancia, la que se alza entre los asuntos de la
comunidad y los asuntos de la casa.
De un
lado la Polis. Arena pública, donde “todo lo necesario queda excluido de manera
absoluta” y el hombre interactúa “voluntariamente” con un “otro”, en palabras
de Arendt, mundo compartido, de peligros pero también de encuentro y por lo
tanto de explosión de las potencias del hombre. Del otro lado el Domus, la
esfera doméstica donde el hombre satisface sus necesidades esenciales, espacio
de resguardo, de reproducción, de calor de hogar y oscuridades de vidas
intimas.
Atravesamos
cotidianamente la línea municipal con la cadencia y la magia del actor que sale
de bambalinas, nos arrojamos a la vida
social con nuestro grandioso o humilde disfraz de ciudadano, con la resignación
de lo cotidiano, con la maravilla del ser que hemos elegido (o podido)
interpretar. No hay camino de regreso, no hay backstage en nuestra vida
cotidiana: la línea municipal establece un código de entrada, el de la cortesía
del la invitación, el de la seguridad de la defensa propia. Por ello,
parafraseando mal a Arendt, podríamos decir que salir de la casa es una actitud
de arrojo heroico. Es liberarnos de nuestras necesidades domesticas y
apropiarnos del escenario de lo social.
3. En
nuestro mundo de vida, el racionalismo platense llega a tal punto, que se ha
postulado la ciudad como Patrimonio de
la Humanidad, no por la antigüedad de sus casas, ni por referencias a hechos
históricos, tampoco por referencias a prácticas, ritos, tradiciones; sino por
su trazado. Ni el aura de un objeto único, ni la memoria de un tiempo olvidado,
el valor puro de una abstracción: la línea municipal. Mientras otras ciudad se
llenan de porosidades (galerías, pasajes, patios abiertos, plazas internas en
los corazones de manzana), de espacios donde lo público y lo privado de
mezclan, se nutren, se regeneran; La Plata permanece rígida e inmutable, su
diagrama es el dispositivo político más moderno y efectivo que el país halla
podido pensar.
4. La
segunda frontera surge por disolución, son los arrabales, las vías muertas, las
grandes autopistas. El adentro y afuera rememora los límites de la polis con el
desierto, de un lado ciudadanos, del otro lado los bárbaros. Indios, gauchos,
taitas, cabecitas. Aun hoy, con sus brazos de molusco, su múltiples
centralidades que se extienden como manchones en un lienzo de Pollock, su
potencia colonizadora, la ciudad sigue definiendo sus afueras, sus bárbaros,
sus peligros externos.
Atravesamos
la frontera de la circunvalación con el gesto de aventureros arrojados a lo que
no tiene nombre, con la potencia de la autoridad que descubre, nomina, domina.
Pero esa frontera es porosa también hacia el otro lado. También los bárbaros se
lanzan y atraviesan los muros de la ciudad: son simuladores, fumistas que no
usan disfraces sino que juegan con el lenguaje, lo deforman, demandan su
derecho de pertenencia a algo que ya no es lo que era.
5. Dos
trazos son configurantes de la ciudad: la línea municipal, la que administra el
espacio de vida; la línea circunvalación, que define los peligros cuyas
amenazas mantienen al municipio unido. La primera es hija de la politeia,
administración de los usos públicos y privados, organización social de los
cuerpos y la visibilidad, de los usos del cuerpo. La segunda es vestigio de la
polis, hija de la poiesis, es la frontera que pone nombres, y que continuamente
se desgrana y reconstituye.
De
niño, pero aún también en las soledades de las noches de andares perdidos por
la ciudad, jugaba a caminar por esas hileras de baldosas. Ese gesto, seguirse
en el encanto del muchacho que sostiene a su pareja caminar sobre la pequeña
muralla, cuya magia se intuye en el estarse del viejo y el mate en el umbral,
en la aventura del zaguán, en el misterio de los pasajes, en la potencia de la
memoria que eligió las baldosas como medio para instalar lo político de la
militancia en lo cotidiana de la frontera que atravesamos para quedarse allí
como un recuerdo que arde. Ese gesto, es un atreverse a hacer de las fronteras
lugares para estar, no para separar. Es celebración y denuncia de los límites,
de las categorías, del malentendido.
1 comentario:
Había un viejo en mi barrio, con pinta arrabalera,de traje y chambergo, que maldecía las baldosas flojas que al salpicarle le alteraban su prestancia al caminar; por eso las llamaba "mierdosas". Puede ser una metáfora de la realidad que enfrentamos al transponer los límites que describís y transitar nuestras veredas.
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